¿Qué esconden los paisajes posthumanos de Ángela Ferrari?

“Me interesa crear una pintura que dé ganas de comerla por lo exquisita que resulta, y que, al mismo tiempo, se esté comiendo el espectador.”

La artista argentina Ángela Ferrari está de pie junto a un inmenso lienzo que representa una escena de cacería, parte de su instalación pictórica “Si ellos huelen tu miedo, te van a morder.” El cabello de Ferrari, de un tono rubio rojizo, armoniza con la paleta terrosa de la pintura, realzando el color óxido de un peñasco del que cae un jabalí salvaje boca arriba, perseguido por perros de caza. La pelea está situada en medio de una maraña grotesca de elementos naturales superpuestos unos sobre los otros, retratados con una luminosidad sobrenatural que exalta la ambigüedad surrealista de la escena. Los perros son inmortalizados con fluidez en el correteo de la jabalina rodeada de sus crías, quienes aparecen trágicamente vulnerables en comparación con su madre.

“Si hubiera pintado una liebre, ya conoceríamos el desenlace. Sabemos que una liebre no se va a salvar de un montón de perros. En cambio vemos el jabalí tan grande y tan imponente, que albergamos la esperanza de que tal vez sí se salve.”

Jugando con la escala y las proporciones, Ferrari construye una tensión dramática que trasciende el lienzo, llenando el espacio de desasosiego. El tamaño colosal del jabalí y su posición central dentro de la pintura actúan como punto focal, dando cohesión a una composición rica en elementos visuales. Sin embargo, a pesar de la multitud de criaturas habitando las pinturas de Ferrari, el paisaje emerge de manera consistente como protagonista de sus relatos. Presentados a menudo como tapicerías idiosincráticas de entornos distintos, fusionándose entre sí como los parches de una colcha de quilt, sus paisajes hacen eco a los géneros tradicionales de la pintura europea en su atención meticulosa al detalle. No obstante, las referencias clásicas encontradas en estos paisajes no constituyen un homenaje a estas tradiciones pintorescas, sino una rebelión contra ellas. 

Imbuidos de una sensibilidad espacial única, los escenarios ideados por Ángela Ferrari se desvían de las normas del espacio ortogonal al cual hemos sido históricamente acostumbrades. La artista reimagina la estructura arquitectónica de sus pinturas a través de la experimentación con formas curvilíneas que exuden una gran calidad orgánica, aludiendo a la fluidez del cuerpo humano. Evocando nidos o úteros, estos entornos envuelven delicadamente las siluetas en sus geometrías suaves y sinuosas, imitando la curvatura de un escenario e incrementando así su aspecto teatral y explícito.

“Creo que, así como no existe un cuerpo neutro, tampoco existe un paisaje neutro. Todo paisaje está politizado y tiene una historia, gente o elementos que son vistos como recursos, o como territorio que se puede conquistar.”

El paisaje de las pinturas de Ferrari es visiblemente posthumano, lleno de indicios de que la naturaleza, en apariencia salvaje, está en realidad siendo domesticada y colonizada. La presencia pasiva de los seres humanos electriza la escena con un silencio inquietante, en el medio del cual el espectador puede escuchar el sonido de la manzana cortada rodando por el acantilado, el tintineo de las placas de metal suspendidas en los collares de cuero de los perros, el murmullo del eco de las voces de los cazadores a la distancia. Esta alienación del entorno se manifiesta en las escenas de violencia interespecie que no suelen ocurrir en la naturaleza. Pintar un ámbito perpetuado por el humano permite a la artista explorar dinámicas de poder básicas: los perros de cacería son alimentados y entrenados para atacar animales salvajes como una forma de entretenimiento burgués. El paisaje domesticado expone la realidad cruel del antropocentrismo, que, junto con otras formas de supremacía tales como el colonialismo y el patriarcado, impone valores que benefician a unos pocos y selectos grupos, dejando al resto de los seres en peligrosa desventaja. 

Este desinterés por las condiciones de vida preexistentes evidencia el actuar de los humanos como amos, determinando cuales especies merecen vivir y cuales están condenadas a morir. El jabalí salvaje de la obra “Si ellos huelen tu miedo, te van a morder” reaparece en otro cuadro aún más grande titulado “Sangre y polvo”, expuesto en la exposición individual "Vértigo" de Ángela Ferrari en la galería Angstroms. El imaginario alegórico del jabalí y de los perros de raza ilustra la dicotomía de la civilización y el salvajismo, y cuestiona sobre la naturaleza de la moral establecida por la sociedad. Este contraste se extiende fácilmente más allá del lienzo a las dinámicas de poder presentes afuera de la galería, dónde los que se consideran más civilizados perpetran violencias brutales contra los grupos etiquetados como “salvajes”, empleando la misma táctica de deshumanización que excusa automáticamente los actos de violencia al presentarlos como necesarios.

La fascinación de Ángela Ferrari por las escenas de cacería surgió poco después de su llegada a México, hace unos años. Impulsada por su búsqueda de herramientas para articular la alienación que experimentaba como forastera —su fisicalidad y su existencia política siendo ahora situadas en un marco cultural distinto—, el lienzo se volvió un territorio para explorar nuevas posibilidades de identidad y expresar las ansiedades relacionadas con esta condición liminal.

La tensión es casi palpable en las series presentadas para la primera edición de “Endémica”, el proyecto curatorial de culto colecta. Realizados en grafito sobre papel, los dibujos de Ferrari representan escenas de caza situadas en medio de paisajes metafísicos, caracterizados por una temporalidad indefinida y la elusiva lógica espacial de un sueño. Las perspectivas distorsionadas dan lugar a unas composiciones vertiginosas en las cuales los elementos arquitectónicos recubren formas naturales muertas o moribundas, ejecutadas con una precisión meticulosa. Los animales son retratados en posturas retorcidas y aberrantes, paralizados por el miedo o flotando en el espacio. Sus cuerpos, distorsionados contra los absurdos panoramas de paisajes fragmentados, parecen desinflados y vacíos, como si sus corporalidades fueran trajes. Las plumas y las flores secas están presentes en casi todas las obras de la serie, cargando los dibujos con la melancólica dulzura de la decadencia. Al retratar plantas encontradas por las calles de la Ciudad de México y de Buenos Aires, Ferrari establece una relación con su entorno, agregando un toque personal a estos paisajes oníricos. Dos surrealidades —su tierra natal y su hogar adoptivo— chocan, creando un nuevo terreno simbólico para explorar y habitar. 

La elección del tema de la caza es un arma de doble filo. Por una parte, retratar escenas de brutalidad es una forma de replicar la violencia; sin embargo el uso de elementos simbólicos comunes y del lenguaje pictórico tradicional inherente al género permiten a Ferrari involucrar al público en conversaciones incómodas, a la vez que reducen la distancia entre la obra de arte y el espectador. Desde el interior del bioma ficticio, el espectador puede experimentar la pintura desde una posición menos pasiva, como participante en el espacio. Seducides por los cautivantes detalles del cuadro, quedamos atrapades en las instalaciones pictóricas de Ferrari —la metáfora de la cacería se expande. En el marco de estas narrativas carnívoras, el cazador se convierte en cazado, y el espectador es devorado por los paisajes ambiguos que desdibujan los límites de la ficción, invadiendo y deformando la realidad del espacio físico que habita.


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